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De Velintonia 3 a la plaza de Santa Bárbara pasando por el hospital de Jornaleros de Maudes

09 Feb
Estado actual del acceso a la vivienda de Aleixandre. Foto A. Lajas.

Nuestra consuetudinaria aventura pedestre por la geografía urbana de la capital del reino parte hoy, como casi siempre, del aparcamiento subterráneo de Ciudad Universitaria. En contra de la costumbre y como novedad en este caso, lo hacemos en dirección norte. Recuerdo haber leído recientemente que la vivienda del poeta Vicente Aleixandre, sita por estos contornos, en la vía de sus mismos nombre y apellido, antigua calle Velintonia, ha sido puesta a la venta. Y allá que me dirijo. Resulta que desde 1984, año en que falleciera el poeta, ha estado cerrada a cal y canto con los poderes públicos lanzándose unos a otros la patata caliente de qué hacer con el inmueble. 40 largos años de dimes y diretes se cumplen ya, habiendo pasado por los gobiernos locales, regionales y nacionales políticos de todo pelaje y a lo que se ve de ninguna neurona. Al menos para solventar el caso que nos ocupa pues, al cabo, en un estado de abandono lamentable, las cabezas pensantes de turno deciden lo que podían haber decidido el día después del fallecimiento del poeta, es decir, sacarla a la venta. El parto de los montes. Para qué vamos a meternos en más argumentaciones. Lo cierto es que el hotelito donde el premio Nobel de literatura de 1977 residió desde el año 27 fue a lo largo de casi medio siglo lugar inevitable de peregrinación poética. Por allí pasaron desde el propio Lorca y demás literatos del verso de su generación hasta vates de movimientos más cercanos como Villena, Colinas. Gimferrer o Gil de Biedma. Por citar a algunos de los que allí aparecían a la búsqueda de la bendición del patriarca que a todos escuchaba y para todos tenía un pedagógico consejo. Otro trato se merecía la vivienda y pena da echar unas fotos a esta romántica aunque ruinosa construcción, por otra parte, bellísima, sugestiva, íntima y coqueta.

Recapacitando me quedo en la acera de enfrente acerca del memento mori, tempus fugit y demás tópicos clásicos, en este caso aplicados a la vivienda del genio de las letras. Vuelvo en mí y mochila al hombro trepo por las torticeras rúas que me conducen en un continuo ascender hasta Cuatro Caminos. Llego a Reina Victoria con la lengua a ras de suelo. Me detengo. Tomo aliento. Mientras, admiro la arquitectura del hospital de la Cruz Roja, inaugurado en 1913 por la esposa de Alfonso XIII para acoger a los heridos en la guerra de Marruecos. Diseñado por el arquitecto José Marañón, se edificó merced a la generosidad de doña Adela Balboa, una noble fallecida en plena madurez y que decidió donar sus dineros para la construcción de un centro de salud. Gente generosa, que la ha habido en cualquier época aunque cada vez se den menos este tipo de actos desinteresados. Leo que fue el primer centro sanitario que acogió a mujeres para formarlas como enfermeras. Dicho queda y, sin más dilación tiro millas hacia Cuatro Caminos, la llamada en tiempos Puerta del Sol de los pobres. Llego a la explanada y como casi siempre que por aquí transito imagino a los traperos barojianos bajando por la antigua Carretera de la Mala de Francia, desde Tetuán de las Victorias, población hasta 1948 independiente de Madrid, con el burro tirando del carro y el perro atado al eje, de amanecida y con la intención de asear la ciudad de todo tipos de basuras, fueran orgánicas o inorgánicas. Los verdaderos recicladores de principios de siglo XX. Vivían bien estos protobasureros. Lo dicen los cronistas de la época. Criaban sus propias gallinas, sus cerdos, sus cabras y demás animales domésticos para asegurarse un condumio diario equilibrado y sano. Ecologistas de los de verdad y defensores de los animales sin trampa ni cartón. Ni necesidad de subvención. Ejemplo de ello es el señor Custodio, el personaje de La busca, que tiene la obligación de regenerar al golfillo Manuel. La metáfora es clara. Igual que Custodio regenera la basura, también se siente en la obligación de ofrecerle a Manuel la posibilidad de regenerarse. Regeneracionismo era la palabra que corría de boca en boca de la intelectualidad en el tránsito del siglo XIX al XX. ¡To pa na!, que diría el castizo.

Pero no nos entretengamos en menudencias. Mi intención es tomar Raimundo Fernández Villaverde, la antigua Ronda, para visitar el hospital de Maudes, el denominado hospital de Jornaleros, auténtica joya tanto histórica como arquitectónica que debemos, otra más, a Antonio Palacios y a su compañero de fatigas profesionales Joaquín Otamendi. Nunca lo he visitado. Por diversas razones la ocasión no había sido propicia y mira que es una zona por la que suelo pasear con relativa regularidad.

Antiguo hospital de Jornaleros. Foto Antonio Lajas

Espectacular ya desde el exterior. Recuerda ciertamente al palacio de las Comunicaciones, de Cibeles, hermano gemelo en cuanto a edad y estilo. Se inauguró en 1916, una ve finalizados los trabajos iniciados ocho años antes. El proyecto tuvo como telón de fondo, al igual que el referido anteriormente hospital de la Cruz Roja, las ideas filantrópicas del momento. Ahora quien rebuscó en su flatriquera para costear los gastos fue Dolores Romero Arano, viuda de un empresario ferretero. Echó su cuarto a espadas creando una sociedad benéfica que movió los palillos para plasmar sus altruistas motivaciones. Dice wikipedia que “Antonio Palacios diseñó un edificio articulado en torno a un patio central de planta octogonal del cual parten hacia fuera cuatro galerías radiales dispuestas en forma de aspas”. Leemos también en la wiki que el estilo arquitectónico está inspirado en el Secessionsstil vienés de comienzos del siglo XX, Será. La iglesia anexa, art nouveau, es también obra de Palacios quien, al aliarse con el vidriero Maumejean, coquetea con el modernismo arquitectónico imperante.

Descendemos ya hacia el centro donde todos nuestros caminos conducen tarde o temprano. Dejamos atrás el hospital de Jornaleros que durante la Guerra Civil acogerá a los heridos del ejército republicano, durante el franquismo sería centro sanitario militar y tras sufrir décadas de abandono, afortunadamente será rehabilitado ya en democracia. Ahora alberga dependencias de la Consejería de Obras Públicas, Urbanismo y Transporte. Para quien lo desee, en horario de tarde ofrece visitas pero hay que reservar cita vía telemática. Tomamos la calle de Leonardo Alenza, dedicada al pintor romántico de magnífico recuerdo por su calidad y madrileñismo. A él se deben, si no recuerdo mal, las pinturas que adornaban el añorado café de Levante, situado primero en la Puerta del Sol, después trasladado a las inmediaciones de la plaza de Santa Ana y más tarde abierto nuevamente en Arenal. Artista castizo donde los haya pues no en vano había nacido en la Cava Baja,18. ¡Ahí es nada! Residió después en la cercana calle de los Estudios y dejó el mundo de los vivos en el enganche entre las correderas Alta y Baja de San Pablo, en concreto, plaza de San Ildefonso 5. La tuberculosis se lo llevó por delante en la más absoluta pobreza, tanto que sus amigos más cercanos debieron costear el entierro en el cementerio de San Ginés para que su cadáver no acabara en la fosa común. Como curiosidad, añadir que residió durante los últimos años de su vida en la Casa de Vacas del Retiro porque pensaba que los efluvios de los bovinos eran beneficiosos para combatir la enfermedad. Anécdotas al margen, quizás se trate de uno de los pintores costumbristas madrileños menos valorados pese a su indiscutible calidad artística.

Iglesia de Santa Teresa y Santa Isabel. Foto Antonio Lajas.

Reflexionando sobre la desgraciada existencia de Alenza arribo a Santa Engracia tras cruzar Ríos Rosas y dejo a la derecha los depósitos del Canal de Isabel II. Tras atizarme un tentempié de media mañana en una de las numerosas terrazas que nos ofrece avenida tan chamberilera, alcanzo la glorieta del Pintor Sorolla, es decir, la plaza de la iglesia de Santa Teresa y Santa Isabel, de la que afirmó el cura Merino que la habían construido torcida. Lo dijo sin pestañear cuando lo llevaban a lomos de borrico camino del cadalso levantado en el Campo de guardias como consecuencia de su frustrado atentado perpetrado contra Isabel II. Y tenía razón en lo de la construcción defectuosa.

Sigo adelante plaza de Chamberí mediante. Atisbo a lo lejos la glorieta de Alonso Martínez, el antiguo Campo del tío Mereje del que nos hablaba Galdós. Antes me desvío por General Arrando para rendir pleitesía a la que fue última morada en Madrid de los hermanos Machado. Pero vayamos con el tío Mereje, un pastor que llevaba regularmente a su ganado a alimentarse en aquellos descampados de las entonces afueras de la ciudad. Vivía el tío Mereje en el callejón de San Jacinto, es decir, más o menos donde termina ahora la numeración de la calle del Carmen junto a la plaza del Callao. También es conocida la glorieta por ser donde Cervantes sitúa el campamento de zíngaros de su novela La Gitanilla. Ahí vemos presidiéndola al jurisconsulto burgalés Manuel Alonso Martínez, quien fuera ministro durante los reinados de Isabel II, su hijo Alfonso y también durante la regencia de la de Habsburgo. Cruzo la calle lamentando que el bar Santander, otro clásico, siga en obras de remodelación. A ver qué perpetran en el local. Entramos en la plaza de Santa Bárbara que en tiempos pudo presumir de convento y fábrica de tapices donde Goya hizo sus pinitos antes de hacerse un nombre. Y famosa en su día por acoger en su seno la cárcel del Saladero. El edificio fue construido por Ventura Rodríguez durante el reinado de Carlos III para saladero de tocino pero convertido en 1831 en un tétrico presidio por el que pasó la flor y nata de la bellaquería madrileña. Entre otros, podemos citar al ya mentado anteriormente cura Merino, a Luis Candelas y su compinche Paco el Sastre. También políticos de la talla de Nicolás Salmerón o Salustiano Olózaga, el eterno amante de la monja de las llagas, sor Patrocinio. Y al torero Frascuelo. El Saladero sería derribado durante el último tercio del siglo XIX cuando la construcción de la cárcel Modelo de Moncloa. Ahora en su solar se levanta el hermoso palacio de los condes de Guevara de estilo neobarroco. Pero que nadie se marche todavía porque enfrente de donde estuvo el penal nos espera la cervecería Santa Bárbara, uno de los locales del ramo más veteranos de la capital pues hay referencias al negocio desde 1815. Buen sitio para pimplarnos unas birras a la salud de todos los nombrados en este articulillo y finalizar el periplo de manera elegante y satisfactoria para el estómago que, aunque suene a contradicción, también tiene su corazoncito.

 
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Publicado por en febrero 9, PM en Sin categoría

 

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