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Plaza del Progreso (Hoy Tirso de Molina)

11 Mar

La plaza del Progreso se encuentra en el centro de Madrid, dentro de la tercera cerca o muralla, en el denominado arrabal de San Millán. De alguna manera, marca la división entre la manzana central turística y el barrio de Lavapiés, hoy feudo multicultural y siempre popular, antaño lugar de residencia de manolos y manolas, que tanto juego han dado a literatos e historiadores. La plaza del Progreso no se llama ahora oficialmente así sino Tirso de Molina, desde 1939, aunque anteriormente también llevó el apelativo apócrifo de Juan Álvarez Mendizábal. De ambas figuras hablaremos más adelante pero hay que decir que este recinto en forma de cuña, cuyo pico mira hacia la calle de la Magdalena, no luce como debiera. Bien es verdad que todavía no hace diez años que se llevó a cabo la úlitma remodelación que lo convirtió en un espacio más abierto. Bien es cierto que se han instalado terrazas y que las floristerías le dan un aire coquetón y familiar típicamente matritense. Pero no es menos cierto que no termina de arrancar como lugar de flaneo o de visita turística. Las razones deberían buscarlas los responsables municipales, que para eso cobran, quienes seguramente deberían plantearse una rehabilitación de toda la zona comprendida en la circunvalación que forman la calle Colegiata, la propia plaza del Progreso y la calle de la Magdalena, esto es, el espacio que arranca desde la calle Toledo y desemboca en la plaza de Antón Martín. Esa rehabilitación debería incluir la peatonalización de calles y plaza, la mejora del acerado y la limpieza de edificios y fachadas. Permitiría abrir el compás del entorno turístico más allá de lo que se considera centro de la capital y, a su vez, lucir una serie de edificios y monumentos que actualmente no reciben el realce que se merecen. Pero, en fin, esta es la opinión de un simple y humilde rompesuelas que, tras desahogarse en este blog, hace mutis por el foro y se va a dedicar a seguir desgranando las impresiones y sensaciones que le producen lugares como la plaza del Progreso. Que no son pocas, afortunadamente. Y se preguntarán los lectores por qué el flaneante llama a este sitio plaza del Progreso y no la nombra por su denominación oficial de Tirso de Molina. Muy fácil. Porque todavía hay madrileños -aunque entrados en años- que la llaman así y se merecen un respeto pero, sobre todo, porque la palabra progreso es suficientemente biensonante y biensignificante y suena a pasado denso en hechos relevantes.

Convento de la Merced

Alzado del convento de la Merced

Convento de la Merced

Este espacio público tiene existencia relativamente reciente, 1840. Con anterioridad, la actual explanada estaba totalmente ocupada por un convento perteneciente a los padres Mercedarios Calzados. Mesonero nos da un día más los datos más importantes del recinto religioso, que comprendía la manzana 142 de la Villa y Corte. Antes de referirse a los valores del templo recuerda uno de nuestros habituales guías que el sitio abarcaba «un espacio de 65.000 pies cuadrados y formaba a sus costados las estrechas calles de los Remedios, de la Merced y de Cosme de Médicis, que han desparecido también con aquel extenso edificio fundado por los Mercedarios en 1564». Describe Ramón de Mesonero, a continuación, la iglesia adyacente al convento como de «notable espaciosidad y mérito de los frescos de sus bóvedas, por lo suntuoso de su culto y la gran devoción de los madrileños a la imagen de Nuestra Señora de los Remedios». La imagen de San Ramón Nonnato también se veneraba en ese templo. El notable y elegante sepulcro de Fernando Cortés y Mencía de la Cerda, nietos del Cortés conquistador de Méjico, también daba realce a la iglesia. Pero Mesonero pone el acento en destacar el contenido sobre el continente del templo, «famoso, más que por su material de construcción, por las personas ilustres en santidad y ciencia que en él vistieron el hábito de la milicia redentora de cautivos, cuyas obras copiosas y manuscritas se encuentran en su copiosa biblioteca». Y cita a Fray Gabriel Téllez -Tirso de Molina- «hijo de Madrid y religioso de esta casa. En 1830 visitamos la modesta celda de aquel gran poeta dramático y tratando de inquirir algunas noticias de su vida y escritos supimos que habían sido anteriormente reunidos por el que fue general de la orden, Fray Manuel Martínez». Discrepa Pedro de Répide sobre la importancia del recinto religioso. Cita al padre fray Gaspar de Torres como fundador, hace mención a la presencia del sepulcro de los Cortés pero hasta ahí las coincidencias con El Curioso Parlante pues, rápidamente, advierte que partiendo de un humilde principio como iglesia «siguiose un templo y edificio conventual de los mejores y más ricos en alhajas, pinturas y reliquias que había, no sólo en Madrid, sino en toda España…/… la capilla de la virgen de los Remedios estaba ricamente adornada». La imagen de dicha virgen tiene también su rocambolesca leyenda en la que están presentes desde el papa san Gregorio, los monjes benedictinos, herejes que la ultrajan y un soldado de Felipe II que la rescata y la entrega a los frailes de la Merced. Terminemos con el ladillo referido al convento diciendo que, durante la ocupacion francesa, cuando la Guerra de la Independencia, los frailes fueron expulsados y el convento desvalijado por las tropas napoleónicas. Los frailes volvieron a ocuparlo con la vuelta del Deseado en 1814 aunque por poco tiempo porque en 1836 fue desamortizado por Mendizábal. El cenobio y la iglesia fueron demolidos al año siguiente. En medio de estas dos últimas fechas hay que hacer mención a un suceso desagradable en la historia de la España quemaconventos. El recinto fue de los que tuvieron que sufrir en sus carnes las consecuencias de la sacrílega asonada del 17 de julio de 1834, pereciendo un total de once religiosos del cenobio mercedario, víctimas de la furia incontrolada del populacho. Todo ello dentro del marco histórico de la conocida matanza de frailes en Madrid, en que fueron asaltados varios conventos en la capital y asesinados un total de 73 frailes, según el recuento oficial. Para resumir la historia situar al lector diciendo que se había extendido por Madrid una epidemia de cólera que lo asolaba desde finales de junio. Se difundió el rumor de que las aguas de las fuentes públicas habían sido envenenadas por orden de los jesuitas y ello había recrudecido dicha epidemia. Para qué más. El resultado de poco más de doce horas de violencia fue una orgía de sangre y venganza. Era la primera vez que la iglesia se veía sometida a las actitudes incontroladas de sus presuntamente fieles. Los intelectuales de la época consideraban que se trataba de hechos consecuencia de la pérdida de prestigio del estamento eclesíastico de la católica España y sucesos que se producían también en otros países. El historiador Julio Caro Baroja investigó sobre ello y detalla con minuciosidad las situaciones terroríficas que tuvieron que sufrir los religiosos en aquella triste fecha.

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Perspectiva actual de Tirso de Molina.es.wikipedia.org

Tirso de Molina

En los que sí coinciden Mesonero y Répide es en la presencia entre los muros del recinto religioso de mercedarios famosos, aunque ambos insisten en que ninguno de la talla de fray Gabriel Téllez, conocido en el mundo de la literatura como Tirso de Molina, «inmortal en el universo de las letras españolas- según Répide- y el cual tenía su celda en la esquina de la calle Cosme de Médicis, esquina a la de los Remedios, frente a la calle del Burro, actual Colegiata». Mesonero profundiza en la biografía del dramaturgo diciendo que nació en Madrid «como él mismo asegura, en 1585. Fuen un gran filósofo, teólogo, historiador y poeta insigne. Escribió muchas obras en prosa y verso pero su principal celebridad la debe a sus ingeniosísimas comedias que él mismo asegura llegaron a 300 y fueron publicadas en parte con el nombre de Tirso de Molina, con el que es tan conocido y popular. Avanzado en la edad, tomó el hábito de la Merced calzada en 1620 y en dicha orden tuvo muchos cargos; fue maestro de teología, predicador de mucha fama, cronista general de la misma orden y definidor de Castilla la Vieja. En 1645 fue elegido comendador del convento de Almazán en Soria, donde se cree murió en 1648». Firmamos ce por be lo que dice Mesonero, faltaría más, salvo la dudosa fecha de nacimiento pues todavía los más avezados estudiosos del maestro de la escena no se atreven a dar una fecha exacta. Pero hay que añadir a todo ello que Tirso de Molina formó parte de las figuras que protagonizaron el segundo siglo de Oro de la literatura española en cuanto al género teatral se refiere. Que el mercedario hizo las veces de nexo de unión entre el fundador de la Comedia Nacional, Lope de Vega, y el que convirtiera la acción de éste en profundización en los caracteres humanos, Calderón de la Barca. Con todo, Tirso es algo más que un simple nexo y hoy, que tan aceptada está la necesidad de reivindicar los derechos del sexo femenino, hay que leer al mercedario y reflexionar sobre cómo los personajes femeninos de sus obras están dotados todos ellos de una profunda personalidad y un carácter reivindicativo impropios de la época. No es extraño que, como consecuencia de ello y de la publicación en 1618 de las cinco partes de sus comedias profanas, éstas causaran tal escándalo que el 6 de marzo de 1625 se reunió una de las juntas reformadoras de costumbres bajo el mando del Conde-Duque de Olivares con el siguiente orden del día: «El escándalo que causa un frayle merçedario que se llama el Maestro Téllez, por otro nombre Tirso, con Comedias que haçe profanas y de malos incentivos y exemplos. Y por ser caso notorio se acordó que se consulte a S.M. de que el Confessor diga al Nuncio le eche de aquí a uno de los monasterios más remotos de su Religión y le imponga excomunión mayor latae sententiae para que no haga comedias ni otro género de versos profanos. Y esto se haga luego». Se le desterró a Sevilla pero lo cierto es que su vocación teatral quedó intacta para beneficio de la posteridad. Por tanto, podemos decir que el nombre que hoy lleva la plaza es merecido por más que nosotros lo desplacemos a una denominación sencundaria que por supuesto no pretende insinuar ningún intencionado desdoro literario para el fraile mercedario.

Juan Álvarez Mendizábal

Aunque oficialmente nunca ha llevado el nombre de Juan Álvarez Mendizabal, la plaza del Progreso fue llamada popularmente así durante un tiempo por la presencia de una estatua de este político, que fue presidente del gobierno y ministro de Hacienda entre 1835 y 1836 y que es conocido por su famosa desamortizacion de bienes eclesiásticos. Había nacido en la localidad gaditana de Chiclana de la Frontera en 1790 y pertenecía a la burguesía comercial de la provincia andaluza. Se dio a conocer como proveedor del ejército encargado de recuperar las colonias españolas de América y formó parte, junto a Riego y otros conspiradores, del ejército que preparó el pronunciamiento que obligaría a Fernando VII a acatar la Constitución de 1812. Tras el Trienio Liberal debió exiliarse, como tantos otros, en Inglaterra, donde hizo fortuna y adquirió prestigio en el plano político. Como es sabido dio su nombre a la ley de Desamortización de 1836 que supuso la nacionalización de los bienes del clero regular para venderlos en pública subasta. Dicha medida, inspirada en la Revolución francesa, tenía por objeto dinamizar la economía agrícola del país, sacando al mercado libre el ingente patrimonio inmobiliario acumulado por las órdenes religiosas, formando además con sus compradores una clase media dispuesta a apoyar al régimen liberal y la causa de Isabel II. Al mismo tiempo, la medida debía servir para reducir la agobiante deuda pública, sempiterno problema nacional, y proporcionar al Estado los medios económicos con los que financiar la guerra contra el Carlismo. La desconfianza de la regente María Cristina le impidió completar su programa y lo llevó a dimitir un año después de ser nombrado. Un nuevo intento revolucionario lo devolvió a su puesto de ministro de Hacienda, extendiendo las medidas desamortizadoras a los bienes del clero secular y decretando la extinción del diezmo eclesiástico. En 1843 volvió a ocupar la cartera de Hacienda. Nuevamente se exilió durante el trienio 1844-47 para después regresar a España y ejercer, hasta su muerte en Madrid en 1853, como diputado progresista. La estatua de Mendizábal permaneció en la plaza hasta el final de la Guerra Civil, en que fue sustituida por otra de Tirso de Molina.

Teatro Progreso o Apolo

Tirso_de_Molina_-_Nuevo_Apolo

Teatro Nuevo Apolo.es.wikipedia.org

No abandonaremos nuestra plaza  ni cerraremos nuestra entrada de hoy sin dedicar unas líneas a un local cultural que le ha dado vida, ambiente y prestigio desde que en 1932 abriera sus puertas. Nos estamos refiriendo al actual Teatro Nuevo Apolo que en su día se llamara Progreso y que pasó por la tesitura de ser sala cinematográfica durante algunas décadas. Corría el mes de marzo de 1930 cuando los hermanos Patuel anunciaron que levantarían un nuevo teatro tras cerrar sus puertas el viejo Apolo de la calle de Alcalá. Tardaron dos años en cumplir su promesa pero el 10 de diciembre de 1832 se inauguraba el Teatro Progreso, situado obviamente en la plaza del mismo nombre, con la representación de la zarzuela La verbena de la Paloma. El edificio fue obra de los arquitectos Urosa y Saavedra Fajardo, que hicieron un diseño a caballo entre lo pseudobarroco y el art decó que, si bien puede que hoy día esté fuera de la onda arquitectónica, en su momento supuso un modelo apreciado por expertos y profanos. Poseía un gran vestíbulo desde el que se accedía a los pisos superiores, en el entresuleo tenía un bajo relieve alusivo a la zarzuela, una enorme sala distribuía las butacas en patio y gran anfiteatro, su altura era extraordinaria y completaban su dotación un buen fondo y el foso para orquesta. Como inconvenientes, las limitaciones para montar grandes espectáculos y que el fondo estaba limitado ya que uno de los hombros daba prácticamente a la pared del edificio de la calle Lavapiés. Estaba pensado inicialmente para representaciones zarzueleras aunque ya en 1933 se proyectó la primera sesión cinematográfica. La cupletista Raquel Meller hizo temporada en 1934 y durante la Guerra Civil actuaron distintas compañías de verso. La muerte del empresario Patuel hizo que tras la guerra, y hasta 1982, el Progreso se dedicara a la proyección cinematográfica, con breves paréntesis teatrales tales como las actuaciones del Teatro Nacional María Guerrero, entonces dirigido por Luis Escobar, o la presencia de figuras de la canción española como Estrellita Castro. A partir de la mitad de la década de los 80 ganó prestigio con actuaciones de figuras de la escena como Amparo Baró o José María Pou y el estreno en sus tablas de obras de la talla Las galas del difunto o Del rey Ordás y su infamia. En 1987 José Tamayo consiguió una sustanciosa subvención para reformar el local y lo bautizó como Nuevo Apolo, denominación actual, revitalizando su programación y dedicándolo a espectáculos musicales de la talla de Los Miserables, en su primera versión castellana. Sería excesivo enumerar aquí la lista de títulos que se han representado desde su reapertura. Basten como muestra Melodías de Broadway, Ubu president, Amadeus, La naranja mecánica, Siete novias para siete hermanos, la vesión musical de Maribel y la extraña familia, La traviata o La jaula de las locas. En definitiva, un local que ha servido para revitalizar la plaza del Progeso y darle un carácter cultural a un espacio público en el que -no se puede pasar decirlo- tuvo su primer estudio de pintura Joaquín Sorolla, en el que los hermanos Bécquer resideron durante un tiempo y que también será recordado gracias al dramaturgo Joaquín Calvo Sotelo que puso por nombre a una de sus obras Milagro en la plaza del Progreso, estrenada en Madrid en 1953.

 
2 comentarios

Publicado por en marzo 11, PM en Plazas

 

2 Respuestas a “Plaza del Progreso (Hoy Tirso de Molina)

  1. esculturasretiro

    octubre 10, PM at 19:54

    Estupendo artículo, impresionante labor de documentación.

     

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